Siempre hay belleza en el hacer:
recibir la orden,
ejecutarla sin pensar,
con total confianza
y completa entrega,
sintiendo tu mano en la mía
aunque un océano nos separe.
Hay belleza en cerrar los ojos,
sensaciones inundando mi cuerpo
todas a la vez,
el contacto físico
tan intenso como el emocional,
mi mente liberando todas las expectativas,
soltando todo control.
Hay belleza en alcanzar el límite
sin siquiera un toque directo,
solo sintiendo lo inimaginable,
lo nuevo, la felicidad, el éxtasis,
toda esta receptividad
a las palabras, a la voz,
al calor del impacto,
a la presión de los pellizcos.
Y hay belleza en lo que viene después,
el cuerpo desacelerando,
la respiración encontrando su ritmo constante,
la calidez del cuidado,
y ver día a día
cómo la magia de ese rojo
se transforma en violeta, azul y amarillo
como las secuelas de solo unas horas
encuentran su lugar en la eternidad.